Dejo mis pensamientos y miro a la brisa que me recuerda tus ojos y tus actos, tu andar y tus halagos. Y mientras la lluvia ciega los cristales de mi ventana, me abrazo a la nostalgia de aquella mirada cuando sorprendido observabas como el destino jugaba de mi parte. O cuando me reía sola, aquella vez que te quedaste obnubilado preguntándote de quien era el lápiz con el que dibujabas en mis planos. Aquellos lápices, que poco tiempo atrás, te habías decidido a usar para dibujarme en una relación.
La angustia aumentaba en mi, desorientada cuando corrí por las escaleras de emergencia de la facultad y los dibujos que se encontraban en nuestro piso, eran muñecos, uno grande y otro pequeño de la misma especie y de color rojo pasión.
Fue en ese momento cuando comprendí que estaba hecha para ti. Pero seguí subiendo hasta el final de la escalera, y el ultimo piso me sorprendió. Me encontré con la pintada del pantano temporáneo, en el que ya estaba cayendo. Cuando volví a tu encuentro te reconocí tímido y valiente al dirigirte hacia mi. Hablabas en doble sentido. Y en cuanto me di cuenta que no te gustaban los caramelos naranjas, el naranja me siguió a todos lados al igual que tu brisa.
Y aun hoy sigo pensando en que podríamos llegar a ser.
Pero mañana si demuestras tan poco interés quedare derrotada ante aquella mujer a la que le deje mi puesto a tu lado.
Quisiera que alguien me dijera porque el destino no me deja entre tus brazos.
Siempre pensé que era yo la culpable de mi desdicha pero recién hoy logré alejarme de mis malos pensamientos, de mis cosas impalpables, de mis fracasos, de mi suerte.
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